La realidad actual
nos azota y nos obliga a vivir en la incertidumbre. Castigo o remedio para un
cambio obligado, nos vemos en la necesidad de detenernos a pensar, sentir y
hacer de una manera diferente a lo que consideramos “normal”. ¿Qué es lo
normal?
En el interior del país estamos acostumbrados
a que las cosas siempre lleguen con un periodo de demora. A veces, como en esta
situación de pandemia mundial, resulta beneficioso. La sociedad no se
predispone al cien por ciento a creer en lo que ocurre, se resiste a creer que
nuestra realidad hoy en día es cuasi como la de una historia de ciencia
ficción. De un momento a otro vemos las calles desoladas, vacías, nos sentimos obligados
a detenernos por completo y mirar el mundo desde la venta, cambiar las
costumbres, la cultura, los hábitos, la forma de trabajar, de comunicarse con
el otro, hasta de festejar un cumpleaños.
Los abuelos aprendieron a usar whastapp, a
realizar videos llamadas por zoom, a conectarse a internet para mirar una serie
por Netflix, se crearon perfiles de Facebook para conectarse con sus
familiares, empezaron a realizar pagos online. Algo que hasta el momento se
creía que no era necesario para la gente de cierta edad.
Las redes sociales y los medios de
comunicación informan, tanto como desinforman. Ya no se sabe en que creer ni en
quien creer, la sobre información genera una falta de información estructural y
sistémica. Los medios de comunicación, como los periodistas que la manipulan y
la usan para generar puntos extras de rating o crear diferencias sociales
sectorizadas, o imponer condiciones éticas y morales, quedaron intencionalmente
sobre expuestos.
Con el afán de cuidarse, las personas volvieron
a implementar quintas en el hogar y comidas artesanales en la casa: volvió el
pan casero y las tostadas, los buñuelitos y las tortas fritas, las tortas
materas, el flan y los fideos caseros. Volvió el sentarse solo con el mate bajo
el sol a esperar la nada, volvimos a reutilizar el patio, el único afuera que
palpamos con confianza.
Pero como no todo lo que brilla es oro,
también aparecen las dobles caras. Como la epidemia te invita a quedarte quieto,
reproducir la cultura zen y no hacer nada para salvar al mundo más que quedarte
en tu casa, como contracara, hay un costado bastante vertiginoso.
De golpe pensamos: ¿Cómo vamos cubrir las
necesidades básicas si no hacemos nada? Aumento la recaída de las personas en
tratamientos de adicciones, la discriminación y la desigualdad, las necesidades
se vieron destapadas, donde aquellos que venían ser clase media sostenida, de golpe se vieron necesitados de
cuestiones básicas e indispensables para la subsistencia, y hasta el momento no
conocían la ayuda social. Y también surgieron nuevas redes de ayuda solidarias,
entre personas de una misma ciudad que nunca antes habían tenido contacto para
asistir a personas que nunca antes habían necesitado de ello.
De golpe se vieron denunciadas miles de
situaciones y estados generales que creíamos teníamos bajo control, como la
dirección de dirigentes que no sirven para dirigir, la gula del empresario
piola exitoso al que no le interesa la salud de su empleado ni la de su grupo familiar,
el sistema de salud y su precariedad.
De a poco y a medida que pasa el tiempo vemos
que lo que estaba lejos ya comienza a acercarse a pasos agigantados, y que todo
aquello que veíamos por los canales de noticias, y creíamos que solo pasaban en
las grandes ciudades, nos toman como protagonistas.
Empiezan a despertarse muchas ansiedades, los
niveles de tolerancia disminuyen y aparecen los miedos: miedo a lo desconocido
y al ataque de un enemigo invisible de quien no sabemos cómo defendernos, y
miedo a la pérdida de los seres queridos que nos rodean, de aquello conseguido
con tanto esfuerzo y de las estructuras que nos sostienen. Las fantasías frente
a las inseguridades toman el mando de nuestras vidas y empiezan a correr
cadenas de WhatsApp con mensajes de gente que no conocemos diciendo cosas que
quizás podrían ser verdad ¿o realmente lo son? ¿Limpiamos a diario con
lavandina o la lavandina nos baja las defensas? ¿Los barbijos son seguros o
retienen el virus? ¿Usamos la mano derecha o la izquierda? ¿Usamos agua con
alcohol o no tiene el mismo efecto?
Empiezan a surgir las dudas de si lo que nos
está pasando es a causa de un virus generado por consecuencias naturales, o
impuesto por un país que quiere ser una nueva potencia mundial y derrota
calladamente a los países más importantes del mundo. Los muertos en el mundo empiezan
a ser enterrados en cantidades y los servicios de asistencia sanitaria no
alcanzan para todos. ¿A quiénes vamos a sacrificar primero si el virus llega a
nuestro pueblo?
Las dudas y las suposiciones generan y
motorizan una serie de cambios que van, desde el trato con el prójimo y la
forma de vincularnos, hasta la virtualidad y la organización laboral, económica
y social, y el encierro de los mismos pueblos para restringir el ingreso de personas
ajenas a la ciudad que puedan contagiarnos. Como en la película Ratatouille,
donde las ratitas se desinfectan para cocinar, si venís de afuera te
desinfectamos hasta el auto. Como en la serie The Game of Trones, en la guerra
de los muertos contra los vivos, sentimos que el enemigo está cerca, no sabemos
ni cuándo, ni dónde, ni cómo va a atacar, pero lo sentimos cerca. El frío empieza a hacerse cargo de la noche, las vacunas antigripales escasean, las vitaminas
C se agotaron por completo y hasta las naranjas aumentan su cotización en el
mercado. La situación de caos y pánico crece. Acompañan al encierro, una fuerte
sensación de soledad, de desorganización, de tristeza, de abandono, cambian los
parámetros de “ser” en este mundo. ¿Qué entendemos por solidaridad hoy en día?
¿Hasta qué punto decidimos exponernos para ser solidarios? ¿Vale arriesgar la
vida? ¿O solo damos lo que nos sobra y que no vayamos a necesitar para nuestra
supervivencia? ¿El otro es el portador del virus y si me tose cerca saco un
arma roseadora alcoholizada para defenderme? ¿O el otro es alguien que necesita
mi ayuda para sobrevivir? El Coronavirus se instaló como un tercero en el
vínculo y vino para modificarlo todo.
La construcción colectiva y el imaginario
social plantean un nuevo escenario, un cambio rotundo de formas y de entender
las relaciones humanas. Algunas personas continúan con pensamientos
individualistas, creyendo que solos van a poder salvarse, frente a una
construcción colectiva y en red, que no beneficia la construcción de poder en
las manos de unos pocos.
Este virus de elite que llego en clase
ejecutiva, pone en jaque, que ni las mayores riquezas del mundo están ajenas ni
salvas, y también son tendientes a desaparecer. Hasta la corona Inglesa fue
atacada por una nueva reina. Hay un chite que dice que va a ser la única corona
que el príncipe Carlos va a conocer en su vida.
La realidad actual, aceptada o resistida, denuncia
a las personas egoístas y prejuiciosas que señalan con el dedo a quienes no
quieren aceptar la idea del cuidado del otro a través del cuidado de uno mismo.
Saca del centro de la escena a quienes creían soberbiamente poderlo todo.
Entran en juego la solidaridad y la cooperación como elementos indispensables
para el desarrollo humano, un desarrollo que obliga a potenciar un sentido de
pertenencia con la raza, y un sentido de pertinencia con la tarea de mayor
envergadura que pudimos afrontar en la vida: la del cuidado de todos. El
sistema colaborativo vino para instalarse, y los Psicólogos Sociales sabemos
muy bien de que se trata.
Nada más acertada para estos tiempos, que las
palabras de nuestro querido Pichón, quien nos dejó una frase tan usada y nunca
tan acertada como hoy: “En los tiempos de
incertidumbre y desesperanza, es imprescindible gestar proyectos colectivos
desde donde planificar la esperanza junto a otros”.
La concepción de grupo y de agrupabilidad, tomó
de repente un valor casi sagrado. Entender y ponernos completamente tras las
filas de un mismo objetivo en común, se convirtió en una necesidad de
subsistencia. Quien no entiende el objetivo y se posiciona en alcanzarlo,
boicotea la vida, boicotea la existencia, ataca a su par, al mismo miembro de
este gran grupo humano que habita en el mundo. Hoy el mundo es un gran grupo
operativo produciéndose, donde podemos ver claramente el desarrollo e
intercambio de roles y funciones que al analizarlos en profundidad dejan al
desnudo esas necesidades encubiertas con materialidades banales, consumistas e
intercambio de poder.
De golpe dejamos la cultura del envase tan
bien descripta por Chomsky, y de ser seres descartables como decía el gran
Galeano. Los padres volvieron a ser padres y los hijos, hijos. El adulto
responsable, y el niño un ser frágil y en construcción a quien cuidar. Los
educadores volvieron al rol de educar y las familias al rol de contener. De
golpe lo descartable se convirtió en esencial.
De golpe comienza un gran cambio en la concepción del sentido de
solidaridad y cooperación. De golpe frente a este gran proceso masivo empezamos
a sentir, pensar y hacer de otra manera.
Empezamos a buscar nuevas respuestas a nuevos
paradigmas que faciliten nuestro proceso de construcción subjetivo. Potenciamos
el intento de resolver lo inconcluso y por sobre todas las cosas, nos damos
cuenta frente a este gran salto cualitativo, que estamos constantemente en
movimiento, como una gran espiral dialéctica, en donde nada es fijo y eterno,
en donde nada es total y absoluto, y por sobre todas las cosas comenzar a
entender que no podemos seguir viviendo de la forma “normal” a la que estábamos
acostumbrados. Lo natural dejo de ser normal, y ahora nos volvemos a preguntamos
¿Qué es lo normal?
Estoy seguro que en los próximos meses, nada
va a ser igual que antes. ¿Cómo te estas preparando? ¿Por dónde transita tu proceso de cambio?
César Covi
https://linktr.ee/cesarcovi