lunes, 4 de noviembre de 2019

Los efectos de la pobreza sobre el desarrollo cognitivo y emocional

Todos hemos oído hablar del genoma humano, ese conjunto de instrucciones que hace que seamos personas, jugadores de básquet o de ajedrez. Es, en cierta forma, lo que traemos de fábrica, el color de ojos, la propensión a ciertas enfermedades y sí, nos marca bastante.




Pero no es todo: somos también lo que hacemos con lo que traemos de fábrica: la comida, los mismos de papá y mamá, la clase de gimnasia o la de geografía, la frazada en el invierno y el helado en verano. En otras palabras, también nos constituye el ambiente que nos toque en suerte o en desgracia. Y quizás donde más se marque este efecto ambiental sea en el cerebro, ese aparato que de alguna manera, nos hace ser quienes somos. 

Allí cambia, todo cambia, se acallan o gritan las charlas entre neuronas, se hacen o se deshacen circuitos, crecen y decrecen áreas. Sabemos hoy que el cerebro es especialmente sensible al estrés crónico, al maltrato, la carencia física y afectiva... a la pobreza. 

Así como Mafalda le partía el alma ver gente pobre (mientras que Susanita opinaba que "bastaba con esconderlos"),  a Sebastián Lipina (Investigador del CONICET y Director de la Unidad de Neurobiología Aplicada, desarrollador de la investigación sobre la que se basa este articulo) le parte el alma cómo la pobreza, pese a los esfuerzos por erradicarla, impacta sobre el desarrollo y funcionamiento del sistema nervioso. 

Qué es la pobreza y cómo la experimentamos los seres humanos son dos preguntas que trascienden el interés científico. En primer lugar, porque es un fenómeno que afecta a más de la mitad de la humanidad y que condiciona las posibilidades de que las personas vivan sus vidas dignamente. La pobreza enferma y mata mucho más pronto en comparación con aquellas condiciones en las que están garantizados la satisfacción de los derechos a la salud, la educación y el trabajo. Por eso puede obstaculizar las oportunidades de crecimiento y aprendizaje de niños y adultos, hipotecando sus posibilidades de inclusión social, educativa y laboral durante todo el ciclo de la vida. 

Además, la pobreza está lejos de ser una experiencia homogénea para los miles de millones de personas que la padecen. Las privaciones de un niño pobre que vive en Argentina, o en la región andina de Perú o Bolivia no son experimentadas de manera similar a las de otro niño pobre que vive en un país de África subsahariana o de la India. 

Con todo, aun dos niños pobres que se crían en el mismo barrio de una ciudad no experimentan de la misma forma las privaciones, porque sus sensibilidades a ellas pueden ser diferente, así como la red social y de cuidado que los contiene o los rechaza. 

Para los niños, el contexto de carencias y privaciones aumenta la probabilidad de que su crecimiento físico y desarrollo psicológico se vean afectados por las dificultades para acceder a la alimentación e inmunización adecuadas incluso desde antes del nacimiento. Las probabilidades de adquirir enfermedades prevenibles que, en muchos de estos casos, resultan letales aumentan con la exposición a ambientes inseguros e insalubres. 

Por otra parte, muchas de las carencias que conlleva la pobreza son de carácter simbólico: las condiciones de vida, hacen que las oportunidades de estimular las competencias cognitivas y el desarrollo emocional, intelectual y social de los niños, disminuyan porque la tensión psicológica y la impotencia de los adultos para alcanzar estándares mínimos de dignidad cotidiana, pueden provocar un aumento de la incidencia de estresores en los ambientes de crianza. 

Los estresores son circunstancias ambientales (por ejemplo: materiales y afectivas) que activan un sistema de adaptación orgánico que involucra diferentes partes del sistema nervioso central y autónomo y se denomina "eje HPA", porque involucra al hipotálamo, la glándula pituitaria y la médula adrenal, aunque también se conecta con otras redes neuronales del cerebro y modula su funcionamiento. En situaciones tempranas de adversidad causadas por la pobreza extrema, el maltrato y el abandono, el sistema se activa en forma crónica y daña la salud física y psicológica de todos los integrantes de la familia, en especial de los niños, desde antes de su nacimiento. 

Uno de los aspectos que la pobreza y el estrés crónico afectan de forma significativa es el desarrollo de las competencias autorregulatorias. 

Fuente: Pobre Cerebro. Sebastián Lipina. 

Re adaptación editorial César Covi
https://linktr.ee/cesarcovi

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